miércoles, 9 de febrero de 2011

ÁPEIRON HIGHLIGHTS 7 (procedente del número 4)

EL SINFUTURO CAPITALISTA

Por Diego González Cadenas (Universitat de València)

Todos los jefes de los diferentes Estados del llamado mundo rico parecen afanados en ponerle fecha límite a los “abusos del capitalismo”. Se clama por una mayor regulación financiera, por un nuevo Breton Woods. Resulta curioso que después de 30 años de neoliberalismo los líderes que más partícipes han sido de determinadas políticas económicas pretendan ponerles freno.

Sin embargo, la realidad parece bien diferente, los países del tercer mundo soportan una crisis creada por las acciones de sus vecinos del norte que está provocando una serie de motines de hambre (Ramonet, 2008) sin precedentes. Tenemos el África empobrecida en una espiral de conflictos, el África que ofrece un espectáculo de guerras y hambruna; el continente negro a la deriva, de un lado, sangrado por guerras civiles abiertas o larvadas, de otro lado, buen alumno de los organismos internacionales, especialmente los financieros (Leymarie, 2001: 250). Organismos internacionales que permiten, ante la pasividad y la complicidad de Estados Unidos y Europa, el saqueo oficial de las economías en un continente en el que, como indica Samir Amin, en el cálculo de su producto interior bruto, las exportaciones representan el 45% en el caso de África frente al 15% y el 25% de otros países (Robert, 2006: 66).

No es tampoco alentadora la situación en el continente asiático, a pesar del inmenso crecimiento económico chino. Sin embargo, parece que el rumbo está virando en una América Latina inmersa en una segunda oleada de independencia. Esa América Latina, región de las venas abiertas, como tan bien la describe Galeano (2008: 17), donde la lluvia que irriga a los centros de poder imperialista ahoga los vastos suburbios del sistema. Del mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes –expone el escritor- es la maldición de nuestras multitudes condenadas a una vida de bestias de carga.

Por lo que respecta al norte, como solía recalcar Vázquez-Montalbán, te acuestas siendo un triste socialdemócrata y, por la mañana, cuando te levantas, resulta que te has convertido en un peligroso izquierdista. La derechización general de la política económica con el abandono, incluso, de la socialdemocracia por parte de los partidos socialistas nos deja un escenario en el que priman la deslocalización de empresas, la flexibilidad y la precariedad laboral, lo cual supone un azote al ya de por sí deficiente Estado de medioestar Europeo. Todo ello lo enmarcamos en lo que Pierre Bourdieu (1999: 141) llama flexplotación, donde la precariedad laboral crea una situación de inseguridad permanente para un ejército de reserva industrial domado por el miedo al desempleo, estaríamos hablando de una violencia estructural del paro […] un estado generalizado y permanente de inseguridad que tiende a obligar a los trabajadores a la sumisión, a la aceptación de la explotación. Ahonda en esta concepción el historiador Josep Fontana (1999: 190) al considerar que no parece, sin embargo, que las experiencias de polaridad sean cosa del pasado en una sociedad como la actual que, lejos de tender a la igualdad, está viendo crecer cada año las diferencias que existen en su seno, y donde se están perdiendo los que parecían ser logros permanentes de la lucha sindical (estabilidad en el empleo, seguros sociales).

La deslocalización de empresas –que en muchos casos obtienen beneficios- hacia países del tercer mundo, los cuales compiten por tener el menor respeto hacia los derechos laborales y las leyes medioambientales, se contradice con el aumento generalizado de las plusvalías y, la disminución de la participación de los salarios en la riqueza nacional. Es decir, el conflicto capital/trabajo se agrava hasta el punto en que el propio Banco de Pagos Internacionales afincado en Basilea avisa, alarmado, de que en la actualidad la participación en los beneficios es inusualmente alta y la de los salarios inusualmente baja. De hecho, la amplitud de esta evolución y el número de países afectados no tiene precedentes en los últimos 45 años. En otras palabras, esta disociación entre escasos aumentos salariales y ganancias históricas de las empresas hace temer un mayor resentimiento, tanto en Estados Unidos como en otros lugares, contra el capitalismo y el mercado (Ruffin, 2008). Esta afirmación, quede claro, no la realiza un analista proveniente de la escuela marxista, sino Alan Greenspan, quién fue presidente de la Reserva Federal de EEUU y uno de los culpables de la actual situación económica.

Esta ignorada causa de la crisis, como recalca Vicenç Navarro (2009) tiene su origen en una serie de políticas económicas en las que han primado las privatizaciones, fundamentales, dicho sea de paso, pues suponen socavar la esencia misma de la democracia (Halerpín, 2003: 42), y la disminución de la progresividad fiscal con la consiguiente tendencia hacia estándares de reducción de tipos máximos, la creciente importancia de la imposición indirecta en detrimento de la imposición directa y, la disminución de tramos en la imposición de la renta entre otras políticas económicas de tendencia neoliberal. La consecuencia, como venimos remarcando, es una aguda polarización social que, in crescendo, no distingue entre los llamados países desarrollados y los que no lo son (siendo las consecuencias para estos últimos mucho mayores), en la que la lucha de clases dentro de unos y otros países no debe hacernos creer que el conflicto es entre los Estados de uno y otro tipo, sino entre las clases dominantes y las clases dominadas de cada uno de los Estados y en su conjunto (Navarro, 2009).

Esta circunstancia es de una importancia fundamental en un momento en que la caída generalizada de las bolsas, debido al desbarajuste del casino financiero internacional, está provocando una crisis de consecuencias imprevisibles. Es decir, esa dedicación (en ciertos casos desconcertante como en el caso del Presidente de la Unión Europea) que ciertos líderes de las naciones ricas tienen por acabar con el “capitalismo salvaje” es explicable, no sólo a partir del momento en que es necesaria una regulación financiera que permita retomar la confianza de los inversores y evitar nuevas crisis de este calado, sino a partir del momento en que es imprescindible en momentos de conflicto paliar la contradicción que enfrenta capital y trabajo con el objetivo de evitar posibles transformaciones sistémicas que acabarían con la hegemonía de la actual clase dominante.

La socialdemocracia, o el socioliberalismo, habrán de jugar ese papel fundamental[1] que permita, siguiendo a Marx (1968: 51), dar a la clase trabajadora más sabrosas migajas que eviten cualquier riesgo de revolución social, a la par que la élite dominante pueda seguir controlando los medios de producción. Lo explica de un modo más gráfico, pero no por ello menos acertado, Jose Luis Sampedro (2009: 45), en alusión a Galbraith, al considerar que todo ello nos recuerda a aquel caballo que bien alimentado vivirá feliz, pero también alimentará, de paso, a los gorriones porque irá dejando caer entre sus patas traseras algo para que puedan picotear los pájaros. Ese ha sido el rol histórico de la socialdemocracia. Rosa Luxemburgo (2009: 85) lo expondría de forma absolutamente clarificadora al considerar que quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua. Del mismo modo, y por lo que respecta a la lucha por la conquista de la democracia, se habrá de tener claro que quien desee el fortalecimiento de la democracia, debe desear también el fortalecimiento, y no el debilitamiento, del movimiento socialista. Quien renuncia a la lucha por el socialismo, renuncia también a la movilización obrera y a la democracia.

Por otra parte, si bien uno puede considerar desde posturas absolutamente legítimas que la socialdemocracia supondría, mediante la articulación de políticas keynesianas, una vía de solución a la actual crisis económica, creemos necesario recalcar que la socialdemocracia afirma el crecimiento constante de la producción capitalista y en ello, a diferencia de la crisis de 1929, vemos un problema insalvable por parte de ésta. Los actuales condicionamientos tanto medioambientales como energéticos hacen insostenible cualquier alternativa que tenga por fin el crecimiento económico (por lo menos en los países occidentales y en los subdesarrollados a largo plazo). Esta idea de las limitaciones del crecimiento ya fue tratada, sin embargo, en su momento, por David Ricardo (a quien Marx siempre elogió por su sinceridad científica) quién observó los límites de la producción capitalista. Fue más tarde, el propio Marx quién se centró también en la contradicción existente entre capital y naturaleza (la cual podríamos añadir a las ya explicitada entre capital y trabajo) considerando que la producción capitalista agota las dos fuentes de donde brota la riqueza, esto es, la tierra y el trabajador. Se observa por tanto un primer escollo que nos hace rechazar de plano los postulados socialdemócratas a partir del momento en que éstos no cuestionan una alternativa al sistema capitalista y, por tanto, al crecimiento desmedido de la producción que entra en contradicción abierta con los límites medioambientales.

El segundo impedimento que remarcamos está relacionado con la naturaleza misma del capitalismo. Supone una evidencia, pues los datos así nos lo muestran año tras año, que no sólo no se van a cumplir los llamados Objetivos del Milenio propuestos por las Naciones Unidas sino que cada vez estamos más lejos de que éstos puedan llegar a materializarse. El político cordobés, Julio Anguita (2009), plantea una pregunta que nos parece de vital importancia, ¿Creen los lectores que el sistema capitalista –y en esta precisa coyuntura además- puede asumir un orden económico y social en el que el paro esté erradicado y la ciudadanía universal tenga asegurados los contenidos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos? La respuesta, como bien podemos imaginar, es negativa. El capitalismo, en sus variadas encarnaciones es totalmente incompatible con los Derechos Humanos, los sociales y también los políticos. Creemos necesario hacer hincapié y reflexionar por un segundo en aquello de en sus variadas encarnaciones. Como bien recalcó Lenin (1976: 5), nosotros somos partidarios de la república democrática como la mejor forma de Estado para el proletariado bajo el capitalismo, pero no tenemos ningún derecho a olvidar que la esclavitud asalariada es el destino reservado al pueblo incluso bajo la república burguesa más democrática. O lo que es lo mismo: incluso bajo el Estado capitalista más progresista posible sigue existiendo la esclavitud del hombre por el hombre. La socialdemocracia, como bien hemos visto, no plantea en ningún momento la superación del capitalismo por el socialismo sino la pervivencia de un sistema que en cualquiera de sus acepciones se vuelve destructivo, tanto para el medioambiente como, en este caso, para el ser humano.

Parece, por otra parte, indiscutible el fin de la hegemonía estadounidense y la tendencia hacia un mundo multipolar. Ahora bien, a pesar de que ello pueda ser positivo para el crecimiento de diferentes países subdesarrollados, a su vez, ello puede acarrear, en el caso en que haya un continuismo de la lógica capitalista, un conflicto entre potencias imperialistas con consecuencias desastrosas. En este punto, ya no nos plantearíamos siquiera la continuidad o no del capitalismo sino la necesidad histórica de su fin. Multipolaridad que implica además –para un sistema en boga desde la mitad del Siglo XVI-, con la recuperación económica de Asia, India y América Latina, un desafío infranqueable para la economía-mundo, creada por Occidente, que no consigue llegar a controlar los costes de la acumulación. Estaríamos, en suma, ante lo que Bernard Cassen (2008) describe como una crisis que toma aspectos sistémicos acumulando las dimensiones financiera, monetaria, alimentaria y energética.

Diríamos entonces, siguiendo con Immanuel Wallerstein (2003), que las tres pasadas décadas de neoliberalismo han marcado el principio del fin del capitalismo, y que nos encontramos en una transición hacia un sistema económico diferente que, bien podría ser más violento que el capitalismo o bien, más redistributivo e igualitario. De ello dependen las acciones que lleven a cabo los diferentes sujetos de la contienda.

Así, es necesario comprender –en palabras de Noam Chomsky- que la guerra que se lleva a cabo contra los trabajadores es una verdadera guerra. Los restringidos círculos de la élite financiera poseen una conciencia de clase extremadamente marcada. Ellos consideran desde hace mucho tiempo que están luchando en una guerra de clases muy ruda, pero no quieren que esto se sepa. Esto es, al estilo de Margaret Thatcher, como recuerda Fontana (1999: 190), proscribir la idea misma de “lucha de clases” a la vez que se practica aplastando una huelga de mineros. Las clases dominantes ponen pues especial énfasis en el ocultamiento de dicha realidad pues la toma de conciencia revolucionaria por parte de la clase trabajadora, es decir, el paso de la observación empírica de una clase en sí a una clase para sí es un paso necesario para la transformación social.

Uno de los instrumentos más utilizados por dichas élites financieras para contribuir a ese ocultamiento de la realidad son los medios de comunicación. Unos medios de comunicación que pliegan el espíritu a ciertas formas de representación, las legitiman, nos habitúan a creer que es normal hablar, pensar, actuar de determinada manera. Fealdad, agresividad, voyerismo, narcisismo, vulgaridad, incultura, estupidez, invitan al espectador a complacerse en una imagen infantilizada y degradada de sí mismo […] Si los medios de los regímenes totalitarios logran, en cierta medida, aprisionar las ideas, los del capitalismo en crisis los superan totalmente. Y todo ello, por supuesto, gracias a la libertad (Jourde, 2008). Uno de los mayores especialistas del tema, Pascual Serrano (2009: 593), analiza la misma situación. Éste, considera que la diferencia entre el Estado totalitario y la democracia burguesa es que, en el primer caso, al grupo espectador se le sienta en la platea a la fuerza mientras que, en el segundo, se le convence sugerentemente. Es lo que Noam Chomsky llama la “fabricación del consenso”, de forma que “la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al Estado totalitario” […] El poder de los medios de comunicación se está mostrando desconcertadamente grandioso […] Una operación informativa global puede despertar una pasión mundial por un Barack Obama sin aportar una sola clave política de su programa de gobierno, puede legitimar ante la comunidad internacional un cambio de gobierno o una guerra que viole la legislación internacional o pulverice el derecho humanitario. Estamos sin duda ante unas estructuras informativas incardinadas hasta el cuello en el modelo económico dominante que habrían venido a mediatizar de forma global e instantánea aquella famosa reflexión de Marx: las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época: o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder intelectual dominante.

Por un lado, en Occidente, las élites financieras salen fortalecidas momentáneamente de la crisis (las pérdidas se socializan, el salario real y el relativo disminuyen, el precio de los bienes básicos de consumo aumenta, etc…), por el otro, los demás siempre pueden, como el avaro de Molière, hacerse buena comida con poco dinero. Creemos, por ello, que se hace necesario más que nunca la creación y consolidación de una Quinta Internacional en la que se establezcan alianzas de las clases dominadas del Norte y del Sur (Navarro, 2009). Ante esta situación se necesita de una respuesta contundente: La consolidación de un programa de mínimos anticapitalista en torno a un nuevo internacionalismo fundamentado en la consecución de los derechos humanos. Por el instante, una alternativa acaba de nacer en América Latina (ALBA) y ésta compromete tanto a gobiernos como a movimientos sociales en la lucha contra el sistema capitalista, la democracia participativa y una visión distinta de los objetivos de la humanidad. Se está realizando la experiencia del cambio pues la perpetuación del actual orden de cosas –como afirma Galeano- es la perpetuación del crimen. Honoré de Balzac, lo tradujo de la siguiente forma al considerar que detrás de toda gran fortuna hay un gran crimen. En nuestras manos está. América Latina ha abierto la brecha de la cual ya nos advertía Émile Zola en las líneas finales de Germinal: Pero allí abajo también crecían los hombres, un ejército oscuro y vengador, que germinaba lentamente para quien sabe qué futuras cosechas, y cuyos gérmenes no tardarían en hacer estallar la tierra.

BIBLIOGRAFÍA

Anguita, Julio. 2009. “La ciudadanía universal”. Público, 3 de octubre de 2009.

Bourdieu, Pierre. 1999. Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal. Anagrama. Barcelona.

Cassen, Bernard. 2008. “¿Qué altermundismo después del “fin del neoliberalismo?”. Rebelion, 23 de septiembre de 2008. Obtenido en: rebelion.org/noticia.php?id=73083

Fontana, Josep. 1999. Introducción al estudio de la historia. Crítica. Barcelona

Galeano, Eduardo. [1971]2008. Las venas abiertas de América Latina. Siglo XXI. Madrid.

Halerpín, Jorge. 2003. Noam Chomsky. Bush y los años del miedo. Le monde diplomatique. Buenos Aires.

Leymarie, Phillipe. 2001. “La deriva del continente africano”. Pp.247-257 en Geopolítica del caos, editado por Le monde diplomatique, edición española. Madrid.

Jourde, Pierre. 2008. “La machine à abrutir”. Le monde diplomatique 653 : 28.

Lenin, Vladimir Illich. [1917]1976. El Estado y la revolución. Miguel Castellote. Madrid.

Luxemburgo, Rosa. [1899]2009. Reforma o revolución. Diario Público. Madrid.

Marx, Carlos. [1849]1968. Trabajo asalariado y capital. Ricardo Aguilera. Madrid.

Navarro, Vicenç. 2009. “La ignorada causa de la crisis”. Público, 12 de febrero de 2009.

Navarro, Vicenç. 2009. “El conflicto de clases a nivel internacional”. El viejo topo, diciembre de 2009.

Ramonet, Ignacio. 2008. “Motines de hambre”. Le monde diplomatique edición española 151: 1.

Robert, Anne-Cécile. 2006. “África, espejo del mundo”. Pp. 66-67 en El Atlas, editado por Le Monde Diplomatique. Valencia.

Ruffin, François. 2008. “Sin dinero para los salarios”, Le monde diplomatique edición española 147: 3.

Sampedro, José Luis y Taibo, Carlos. 2009. Sobre política, mercado y convicencia. Los libros de la catarata. Madrid.

Serrano, Pascual (2009). Desinformación, como los medios ocultan el mundo. Península. Barcelona.

Wallerstein, Inmanuel. 2003. Utopística. Les opcions historiques del segle XXI. Universitat de València. Valencia.



[1] Recuérdese a este respecto el debate entre Keynes y Hayek en el que el primero concluía, inteligentemente, que la mejor forma de evitar llegar a sociedades distintas a la capitalista era mediante el intervencionismo estatal.

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