miércoles, 9 de febrero de 2011

ÁPEIRON HIGHLIGHTS 5 (procedente del número 3)

ENCERRADO

Por Legión (Universitat de València)

Tras despertar salí por la puerta del baño, cuando las alucinaciones comenzaron a surtir efecto. Fue aquél uno de esos momentos en los que uno se da cuenta de la gélida verdad de que el mundo del LSD tiene claramente más sentido y lógica que el llamado mundo real. Lo único raro es que no había tomado ningún tipo de drogas. ¿Cuánto tiempo había permanecido prácticamente muerto? ¿Qué había pasado en realidad?

Allí había evidencias de un consumo excesivo de casi todas las drogas conocidas por el hombre desde el 1544 a.C. No eran las huellas de un yonqui normal, temeroso de Dios... no, era demasiado salvaje; excesivamente agresivo y planificado.

Ya desde ese molesto zumbido de cachivaches de nombres conocidos comencé a sospechar dónde me encontraba. Avancé unos pasos y entonces un terrible gemido de millares de murciélagos emergiendo desde las más profundas entrañas de la Tierra me hizo recordar. Recuerdos siniestros y flashbacks horribles, fragmentadas imágenes, saliendo en cadena de la niebla del tiempo volvieron a mí, conformando una especie metraje macabro de mi propia vida. Me veía a mí mismo expectorando salvajemente en la plaza del Cedro bajo un árbol, contemplando la imagen desaprobadora que arremolinábase en el charco de mi propio vómito. Seguidamente acudí al bar más cercano para evacuar, donde me arremetió de nuevo la embestida del vómito compulsivo. Demasiado desorientado o exangüe para siquiera levantarme, caí inconsciente en el suelo para echarme una cabezadita involuntaria.

Ahora estaba allí, dentro de un bar cerrado con llave, tapándome los oídos para que el sonido de la alarma no acabase con la poca cordura que me restaba. Entonces conocí una nueva y pesadillesca definición de la palabra “horror”. El horror, el horror...

Lo primero que hice fue hacer todo lo posible de ahora en adelante por no volver nunca más a ese salvaje rodeo, a aquella obscura fantasía creada por algún titiritero colocado de más éxtasis del que pudiera soportar. Después, traté de forzar las persianas de ambas entradas, sin éxito alguno; naturalmente, tampoco hallé ventanas que dieran directamente al exterior o cualquier medio de escape. Estaba encerrado, solo allí dentro. Entonces vi en un cartel el horario del pub, que abría de 12:00 a 03:30; consulté el reloj de mi móvil, el cual me despreciaba con un insultante “7:00”.

Pensé que no haría daño a nadie el que hiciese acopio de unos cuantos Cheetos para calmar mi hambre matutina, ni tampoco que sustrajese algún zumo de la nevera.

Convertida la noche en una sucesión de escenas a cada cual más bizarra, mis pupilas se posaron sobre un portátil debidamente conectado a la red WiFi del bar. Como quedaban unas cuantas horas todavía para irme, decidí entrar en el Cinetube y ver alguna película. Uno, dos, tres de Billy Wilder y Pequeña Miss Sunshine fueron visionadas, aparte de algunos vídeos varios en Youtube. Para mitigar el desolador sentimiento de aislamiento, me hice algunos cubatas procurando alternar entre botellas, para que horas más tarde el dueño no diera darse cuenta de mi hurto. Fue especialmente reconfortante el Bacardi con Coca-Cola.

Extrañamente risueño, abandoné el portátil cerca de las 12:00 y me coloqué al lado de una vieja mesa de futbolín, que cual gastada prostituta de lujo, ya no debía atraer a muchos clientes. La persiana fue subida, y una figura anciana y bajita entró por la puerta. La vieja en cuestión no me miró siquiera, dedicándose a desactivar la alarma y acto seguido yo, expectante, tuve el impulso de disculparme, mas el hecho de no entrar inteligentemente en su radio de visión me impulsó a moverme sigiloso, cual felino, bordeando la mesa de futbolín y salir por el recién abierto pórtico de entrada.

Respiraba de nuevo el aire fresco; pisaba las calles de las que fui expulsado otrora, bañadas por los rayos del reverberante astro rey. Ahora un nuevo horror, el de estar rodeado por zánganos gimiendo descerebrados, de demonios que no dudarían en devorarse unos a otros si ello les condujera a un mayor provecho, de muertos vivientes recorriendo renqueantes los vagones de metro, de la inseguridad diaria, de los cubatas a 4 €. El horror, el horror... yo abrazo el horror.

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